La nada modesta casona de dos pisos que pertenecía a la familia Grimmour ubicada al final de la calle Sheppard había estado en venta por más tiempo del que cualquier vecino pudiera recordar. Basta con decir que cuando la casa se puso en venta, “Manchas”, el perro de la señora Wells era apenas un cachorrito juguetón de grandes ojos vivaces y alegres, de pequeñas orejas marrones que caían hacia adelante y manchas café de todas las formas y tamaños que le cubrían el cuerpo y sus pequeñas patas.
Al tiempo que corre, el cuerpo de un anciano y mugroso perro que una vez fue Manchas reposaba bajo tierra en el Jardín trasero de la anciana Wells siendo devorado paulatinamente por gusanos y lombrices.
La casa seguía sin venderse.
Por fuera no parecía un mal lugar para vivir. Un amplio jardín, una espaciosa cochera y varias habitaciones en ambos pisos. Todo bajo un tejado a dos aguas del cual salía la boca de una chimenea de ladrillos.
Pero por dentro, la historia era distinta… muy distinta.
Al tiempo que corre, el cuerpo de un anciano y mugroso perro que una vez fue Manchas reposaba bajo tierra en el Jardín trasero de la anciana Wells siendo devorado paulatinamente por gusanos y lombrices.
La casa seguía sin venderse.
Por fuera no parecía un mal lugar para vivir. Un amplio jardín, una espaciosa cochera y varias habitaciones en ambos pisos. Todo bajo un tejado a dos aguas del cual salía la boca de una chimenea de ladrillos.
Pero por dentro, la historia era distinta… muy distinta.