martes, 8 de enero de 2013

Doppelgänger

Foto: Doppelgänger 
Erika, de niña, siempre había disfrutado de la noche de brujas. Le encantaba disfrazarse de bruja y salir con sus primas Esther y Marcela a pedir dulces. Aunque no era una tradición típica de México, la ciudad donde ellas vivían estaba muy cerca de la frontera, y habían adoptado algunas de las tradiciones de ese país.
La noche de Halloween de ese año, prometía ser una de las mejores. Erika tenía el mejor disfraz de todos los que había usado hasta ese momento. Se reunieron como siempre en casa de la abuela, que quedaba justo en medio del camino a las casas de las tres. Esther iba disfrazada como siempre de una princesa, mientras que Marcela había optado por un hada. Erika, como de costumbre vestía su traje de bruja.
Salieron de la casa cerca de las siete treinta de la noche. Su abuela les había pedido que tuvieran cuidado, pues esa noche los espíritus estaban inusualmente inquietos. La abuela de ellas, era una curandera que sabía mucho de remedios espirituales y limpias, aunque las niñas, sobre todo Erika, que era la mayor, estaban muy escépticas en lo que se refería a lo sobrenatural. Para ellas sólo se trataba de un juego.
Las mejores casas para pedir dulces estaban a dos cuadras de la casa de la abuela. Para llegar, era necesario pasar por la orilla de un descampado de una cuadra entera. La iluminación en el área era pobre y la hierba crecida y los arboles con troncos rugosos daban una atmosfera de cuento de terror por las noches. Ideal para noches como esa.
Erika estaba inusualmente pensativa esa noche. Había tenido una pesadilla la madrugada anterior, de esas que no te abandonan hasta que vuelves a dormir y otros sueños toman su lugar. Aunque Erika había conseguido no pensar en ello durante todo el día, primero en la escuela y luego en su casa emocionada por los dulces que pensaba conseguir esa noche, al pasar frente al descampado no pudo evitar recordarlo.
¡Buu! se escuchó de pronto y un esqueleto salto de entre la maleza frente a las tres niñas.
No pudieron evitar soltar un grito, mientras el esqueleto reía con voz infantil, a la que se unieron un pirata y un vampiro al poco tiempo.
¡Sergio! gritó Marcela, al darse cuenta que se trataba de su bromista compañero de clases.
Debieron ver sus rostros -se burlaba el niño-, ¿donde hay una cámara cuando se necesita?
¡Groseros! -les espetó Esther, mientras se alejaba junto con sus primas dejando a los dos bromistas atrás.
La noche transcurrió como lo habían planeado, salvo por ese accidente. Luego de poco más de hora y media, decidieron volver antes de que les hiciera muy tarde. Al acercarse al baldío, volvieron a toparse con Sergio y sus amigos. Al verlos el niño, que se había quitado la máscara de esqueleto, puso una mirada extrañada.
Creí que ya habías vuelto, Erika dijo de pronto, mientras se mostraba algo confundido. Creí haberte visto hace unos diez minutos frente a la iglesia.
La iglesia quedaba justo frente al terreno no baldío.
Otra vez bromeando -les recrimino Esther.
Las tres se alejaron con sus calabazas de plástico llenas de dulces. Erika creyó ver sinceridad en el rostro de Sergio, pero prefirió ignorarlo. Sin embargo, al pasar frente a la iglesia, las tres se quedaron paralizadas.
Había una niña de la misma altura y con el mismo disfraz que Erika. Aunque la vieron de espalda con el rostro vuelto hacía las puertas de la iglesia, al percatarse de la figura se quedaron paralizadas, como si algo las sujetara a ese lugar. La niña del otro lado de la calle, se volvió con lentitud hasta que mostro su rostro. ¡Era idéntica a Erika! La única diferencia era su mirada, parecía desagradable, como si las mirara con odio.
Justo en ese momento, pasó un coche. Eso hizo que pudieran moverse de nuevo, y sin pensarlo echaron a correr a casa de la abuela.
Llegaron muy pálidas y sin poder hablar del miedo. Cuando la abuela las vio, de inmediato se percato de que algo les había pasado, algo que tenía que ver con lo sobrenatural. De inmediato fue por algunas hierbas e hizo una oración para alejar las malas vibras, como comúnmente se dice. La abuela no quiso que regresaran a sus casas por esa noche, al menos no solas, por lo que llamó a sus padres para que, si podían, fueran a recogerlas. Esther se fue a su casa, luego de que su padre pasara a recogerla en el coche, pero Erika y Marcela se quedaron con la abuela. No pudieron dormir en toda la noche pensando en lo que había pasado.
Durante los siguientes días hablaron sobres eso varias veces. Llegaron a la conclusión de que debía de haberse tratado de una bruja. Dos semanas después, Erika murió atropellada justo en el lugar donde habían visto a su doble.
Pasaron los años y Esther se olvido del suceso. Pero Marcela no pudo, algo le decía que lo que habían visto esa noche tenía algo que ver con la muerte de su prima. Sólo cuando entró a la preparatoria, y conoció a un chico que sabía mucho sobre las cosas paranormales supo de que se trataba.
Un Doppelgänger, el doble de una persona visto por si misma o familiares. Según la tradición nórdica, una señal de una tragedia que se avecinaba hacía la persona que veía su propio doble.Erika, de niña, siempre había disfrutado de la noche de brujas. Le encantaba disfrazarse de bruja y salir con sus primas Esther y Marcela a pedir dulces. Aunque no era una tradición típica de México, la ciudad donde ellas vivían estaba muy cerca de la frontera, y habían adoptado algunas de las tradiciones de ese país.
La noche de Halloween de ese año, prometía ser una de las mejores. Erika tenía el mejor disfraz de todos los que había usado hasta ese momento. Se reunieron como siempre en casa de la abuela, que quedaba justo en medio del camino a las casas de las tres. Esther iba disfrazada como siempre de una princesa, mientras que Marcela había optado por un hada. Erika, como de costumbre vestía su traje de bruja.
Salieron de la casa cerca de las siete treinta de la noche. Su abuela les había pedido que tuvieran cuidado, pues esa noche los espíritus estaban inusualmente inquietos. La abuela de ellas, era una curandera que sabía mucho de remedios espirituales y limpias, aunque las niñas, sobre todo Erika, que era la mayor, estaban muy escépticas en lo que se refería a lo sobrenatural. Para ellas sólo se trataba de un juego.


Las mejores casas para pedir dulces estaban a dos cuadras de la casa de la abuela. Para llegar, era necesario pasar por la orilla de un descampado de una cuadra entera. La iluminación en el área era pobre y la hierba crecida y los arboles con troncos rugosos daban una atmosfera de cuento de terror por las noches. Ideal para noches como esa.
Erika estaba inusualmente pensativa esa noche. Había tenido una pesadilla la madrugada anterior, de esas que no te abandonan hasta que vuelves a dormir y otros sueños toman su lugar. Aunque Erika había conseguido no pensar en ello durante todo el día, primero en la escuela y luego en su casa emocionada por los dulces que pensaba conseguir esa noche, al pasar frente al descampado no pudo evitar recordarlo.
¡Buu! se escuchó de pronto y un esqueleto salto de entre la maleza frente a las tres niñas.
No pudieron evitar soltar un grito, mientras el esqueleto reía con voz infantil, a la que se unieron un pirata y un vampiro al poco tiempo.
¡Sergio! gritó Marcela, al darse cuenta que se trataba de su bromista compañero de clases.
Debieron ver sus rostros -se burlaba el niño-, ¿donde hay una cámara cuando se necesita?
¡Groseros! -les espetó Esther, mientras se alejaba junto con sus primas dejando a los dos bromistas atrás.
La noche transcurrió como lo habían planeado, salvo por ese accidente. Luego de poco más de hora y media, decidieron volver antes de que les hiciera muy tarde. Al acercarse al baldío, volvieron a toparse con Sergio y sus amigos. Al verlos el niño, que se había quitado la máscara de esqueleto, puso una mirada extrañada.
Creí que ya habías vuelto, Erika dijo de pronto, mientras se mostraba algo confundido. Creí haberte visto hace unos diez minutos frente a la iglesia.
La iglesia quedaba justo frente al terreno no baldío.
Otra vez bromeando -les recrimino Esther.
Las tres se alejaron con sus calabazas de plástico llenas de dulces. Erika creyó ver sinceridad en el rostro de Sergio, pero prefirió ignorarlo. Sin embargo, al pasar frente a la iglesia, las tres se quedaron paralizadas.
Había una niña de la misma altura y con el mismo disfraz que Erika. Aunque la vieron de espalda con el rostro vuelto hacía las puertas de la iglesia, al percatarse de la figura se quedaron paralizadas, como si algo las sujetara a ese lugar. La niña del otro lado de la calle, se volvió con lentitud hasta que mostro su rostro. ¡Era idéntica a Erika! La única diferencia era su mirada, parecía desagradable, como si las mirara con odio.
Justo en ese momento, pasó un coche. Eso hizo que pudieran moverse de nuevo, y sin pensarlo echaron a correr a casa de la abuela.
Llegaron muy pálidas y sin poder hablar del miedo. Cuando la abuela las vio, de inmediato se percato de que algo les había pasado, algo que tenía que ver con lo sobrenatural. De inmediato fue por algunas hierbas e hizo una oración para alejar las malas vibras, como comúnmente se dice. La abuela no quiso que regresaran a sus casas por esa noche, al menos no solas, por lo que llamó a sus padres para que, si podían, fueran a recogerlas. Esther se fue a su casa, luego de que su padre pasara a recogerla en el coche, pero Erika y Marcela se quedaron con la abuela. No pudieron dormir en toda la noche pensando en lo que había pasado.
Durante los siguientes días hablaron sobres eso varias veces. Llegaron a la conclusión de que debía de haberse tratado de una bruja. Dos semanas después, Erika murió atropellada justo en el lugar donde habían visto a su doble.
Pasaron los años y Esther se olvido del suceso. Pero Marcela no pudo, algo le decía que lo que habían visto esa noche tenía algo que ver con la muerte de su prima. Sólo cuando entró a la preparatoria, y conoció a un chico que sabía mucho sobre las cosas paranormales supo de que se trataba.
Un Doppelgänger, el doble de una persona visto por si misma o familiares. Según la tradición nórdica, una señal de una tragedia que se avecinaba hacía la persona que veía su propio doble.

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